El panbelicismo

El panbelicismo se refiere a una visión ideológica de que toda la existencia es guerra y lucha. Hasta la edad moderna la guerra se realizaba dentro de unos parámetros "humanos". A la guerra solo iban los varones mayores de edad. Se eximía de pelear a las mujeres, niños y ancianos, quienes además eran respetados en el momento de la conquista. También el espacio de la guerra se suscribía a un campo de batalla en el que no se incluían los medios de subsistencia.
En el panbelicismo la mujer se incluye en las tropas de guerra (lucha de sexos), los ancianos (lucha de generaciones) y los niños nacientes (lucha de natalicios).

El antimilitarismo

El pacifismo ha sido históricamente asociado a la fe en ideas trascendentes, como Dios o la humanidad, a diferencia del antimilitarismo, mayoritariamente ateo, que parte de un análisis y crítica a las fuerzas armadas como institución del Estado usada para reprimir, y llegando de esto a criticar el concepto de patria y nación, al considerar que son elementos que segregan al hombre en función de límites políticos.
Si bien muchos antimilitaristas son no-violentos, existen antimilitaristas que sólo rechazan la violencia institucionalizada, aunque no rechazan la autodefensa, e incluso no rechazan ejercer violencia contra el estado con fines emancipatorios.

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1. Guerra y pacifismo

“La mujer más insigne es la que mayor número de hijos da a la patria” Napoleón
“Gallina que no pone y mujer que no pare, para el labrador poco valen” Refrán Popular
“La guerra es un juego serio en el que uno compromete su reputación, sus tropas y su patria” Napoleón
“La primera virtud es la devoción a la patria” Napoleón
“Si la patria está en juego, no existen derechos para nadie, sino solamente deberes” Ernst Von Wildenbruch
“Un soldado como yo necesita 100.000 hombres al año” Napoleón
“La patria tiene derecho a que nuestra alma, nuestro talento y nuestra razón le consagren sus mejores y más nobles facultades” Cicerón

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1.1. El concepto de Patria

El vocablo "Patria" nos remonta a la cultura romana. La patria, tierra de nuestros antepasados o padres, tenía un origen mítico. Era una donación de los dioses. Sin embargo, su sentido principal no estuvo relacionado a la tierra específicamente ni a priori. Con las nuevas conquistas romanas, la patria se fue extendiendo. En el terreno que comprendía había una comunidad. Comunidad implica una común unidad, en particular, unidad hacia el fin al que se tiende. Así el concepto se relaciona con lo cultural. La unidad en el imperio estaba dada primero por el idioma común y luego por otras características culturales. La decadencia romana vino con la caída de las costumbres. Así se produce un renacimiento en roma con la llegada de Octavio como Imperator. Éste restauró las costumbres, las mores maiorum, de ahí que se lo llamara Augusto. Con lo relatado se puede apreciar el sentido real del vocablo Patria. Luego cabe desarrollar su nexo con el vocablo Nación. Siguiendo la historia de la península itálica, podemos apreciar que la nación italiana surgió a partir de una herencia del la historia de la patria propiamente. Cuando Maquiavelo llama a la unión de los italianos, lo hace en base a esta génesis cultural. La Nación vendría a ser una etapa de comunidad posterior a la Patria. Cabe destacar que Patria es un concepto eminentemente latino. Por ejemplo, en las culturas sajonas se daba mayor importancia al "Country", que se refiere a lo estrictamente territorial, lo que nosotros llamaríamos país.
También existen los "antipatriotas" quienes dicen que la patria es solo un invento del hombre, que sirve para separar a los seres humanos y hacer más difícil el trabajo de vivir todos juntos.

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1.2. Historia de los mercenarios

Edad Antigua

En la Edad Antigua encontramos ya casi todos los tipos y mecanismos importantes para el futuro desarrollo del negocio de los mercenarios. Los pueblos bárbaros que ofrecieron sus servicios militares a cambio de dinero fueron principalmente los nubios, escitas, celtas, iberos y germánicos. Pero también la civilización griega -desintegrada en muchísimas repúblicas, reinos y oligarquías- facilitó mercenarios a los estados mejor organizados.
En el otro lado encontramos a los compradores: los persas y egipcios, el gran imperio mercantil de Cartago con mucho oro y pocos soldados y, al fin, Roma donde el servicio militar de los ciudadanos fue reemplazado primero por soldados profesionales, y después por mercenarios bárbaros, hasta que éstos se apoderaron del imperio mismo.

Edad Media

El inicio de la Edad Media se caracterizó por una gran escasez de dinero. Por ello, encontramos los mercenarios se concentraban en Bizancio, en el sur de Italia y en la España islámica, donde todavía había bastante oro y plata. A medida la circulación del dinero aumentó en Europa, todos los que pudieron permitírselo reforzaron las levas de sus vasallos con soldados a sueldo. Ya que normalmente las necesidades de las guerras superaban mucho las posibilidades financieras, estas tropas o solían recibir tierras como substituto de dinero, convirtiéndose así en vasallos, o se agrupaban en bandas de salteadores, que se pagaban con el saqueo o el botín.

Imperialismo

Después de las guerras napoleónicas los mercenarios desaparecieron de los campos de batalla en Europa, siendo reemplazados por patriotas que al fin resultaban mucho más baratos. Aunque quedaron algunos de ellos en las legiones extranjeras, en las guerras civiles y otras revoluciones, la mayoría de ellos los encontraremos fuera del viejo mundo, en América Latina, Asia y África.
Pero no son muchos, se trata de una profesión en puro declive que busca sus últimos refugios.

Siglo XX

En la época del enfrentamiento entre las grandes ideologías, cuando todo el mundo debería morir por su raza, su clase o la libertad, los mercenarios parecen un recuerdo lejano de tiempos siniestros y pasados. Pero el reclutamiento de prisioneros de guerra no se había acabado, y no olvidemos que Franco conquistó España con la ayuda de 70.000 moros.
Además, aún quedaban las guerras sucias de la descolonización y del postcolonialismo en África. Allá, los pocos mercenarios que había pasaron a formar parte de las tropas clandestinas de los servicios secretos, que les apoyaban y utilizaban.

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1.3. Napoleón y los mercenarios

Entre magníficos uniformes y amargas realidades.

Quien se mire libros y, naturalmente, páginas web sobre las guerras napoleónicas, se encontrará principalmente con magníficos uniformes. Era la gran época de los sastres militares. Pantalones y chaquetas de colores llamativos contrastaban con los cordones, galones, torzales, bocamangas y solapas coloreados, todo ello acompañado con brillantes hebillas, botones y corazas, y finalmente coronados por chacós, cascos, gorras y sombreros de múltiples formas. Los soldados de los diferentes regimientos, o están representados mediante en un enorme desfile de modelos, o se les vé mandando con gallardía cargas de caballería o ataques acometidos a bayoneta. A veces se observan muertos y heridos a los lados de los cuadros, pero todo está dominado por soldados heroicos que luchan dentro de sus impresionantes uniformes.
La imagen que nos queda de estas guerras fué creada en su gran mayoría a posteriori –no hablamos de Goya – por pintores de regimientos que hacían sus obras mientras soldados posaban ante ellos con uniformes impecables. La guerra está presentada como un juego de soldaditos de plomo, que sólo pueden disfrutar hombres que no llegarán a adultos. Así lo relataba el historiador militar John Keegan, escandalizando a parte de su auditorio, cuando contaba que frecuentemente los médicos sacaban de las heridas dientes y trozos de huesos de otros soldados.
Esta tendencia ha seguido glorificada gracias a la enorme cantidad de literatura patriótica, producida tras las guerras napoleónicas. Los franceses habían perdido, por cierto, pero tenían a los grandes héroes; los ingleses habían ganado, de nuevo, contra el resto de todo el mundo. Por primera vez, muchos de los demás pueblos habían descubierto el patriotismo durante la lucha contra Napoleón; incluso, al final, hasta los americanos habían tomado parte. Además, es necesario subrayar que la mayoría de las autobiografías fueron escritas por oficiales, que tenían grandes privilegios en comparación con los soldados rasos. A menudo, para estos oficiales, la guerra parecía por una francachela con vino, mujeres y aventuras. Y si tenían realmente la mala suerte de ser heridos, tenían muchas mejores opciones de conseguir tratamiento o una pensión en caso de invalidez.
Claro que, también son conocidos otras hechos de las guerras napoleónicas. Es necesario cavar un poco más profundo en la literatura y pasar por toda la basura fetichista de uniformes y patriotas ingenuos. Se estima, por ejemplo, que entre 1792 y 1815, en Europa, 4,5 millones de hombres servían en algún ejército. De estos cayeron luchando unos 150.000; 2,5 millones murieron a causa de hambre, enfermedades o de interminables fatigas. Es por ello que hay que tener presente que la gran mayoría de los soldados jamás dispararon a enemigo alguno antes de «estirar la pata» junto a alguna carretera anónima o en un sucio acantonamiento.
Paralelamente, hay que anotar la eficiencia devastadora de la artillería. Napoleón era un gran maestro en unir baterías gigantescas y bombardear con éstas el enemigo durante horas. Hasta que llegaba la «gloriosa» carga, muchos ya estaban muertos, desmembrados, o se revolcaban mutilados en su propia sangre. Solamente algunos soldados tomaban parte en las escenas que nos enseñan estos cuadros populares, y aún muchísimos menos mataron a alguien en combate. El destino de los soldados era marchar y aguantar hambre, frío y enfermedades, y, si de verdad, entraban alguna vez en batalla, sólo podían dejarse derribar a cañonazos en formación fija.
El obstáculo más grave para desplegar una mirada a las guerras napoleónicas era, y sigue siendo, el patriotismo. Mientras la Revolución Francesa se inventó la patria en una dimensión totalmente nueva. Para su defensa todos los patriotas debían luchar voluntariamente y sobre todo, gratuitamente. Napoleón no solamente utilizó este culto al sacrificio, sino que también lo intensificó hasta lo insoportable, encumbrándose su figura como símbolo mismo de la patria. Con la enorme dinámica de la nueva ideología se podía exigir de sus súbditos una disposición al sacrificio con la que ni un Luis XIV habría soñado. Se cuenta una cita de Napoleón tras su estancia en Santa Elena: «Un soldado como yo necesita 100.000 hombres al año». Con esta cifra, que equivale más o menos a las bajas reales, se refiere a hombres a enrolar, consumidos como materia prima, sacrificados a objetivos personales. Nunca ningún sanguinario ídolo azteca había exigido una masa de sangre tan enorme; solamente Hitler y algunos déspotas del siglo XX se aventurarán a fanfarronadas semejantes, añadiendo, eso sí, un cero más.
Con la invención del «patriota», los mercenarios, en el fondo, perdían su derecho a existir. Del lado francés, se puso de moda difamar a todos sus enemigos como «mercenarios ingleses», porque la mayoría recibía subsidios británicos para mantener la guerra. Era una idea antigua, con la que ya Polibio hizo su propaganda contra Cartago: hombres libres que luchaban voluntariamente contra los criados alquilados por los capitalistas. Ahora, además, la Revolución Francesa añadía la percepción de que comenzaba una época nueva de libertad, en la que el voluntario era la manifestación adecuada, mientras los mercenarios representaban los pasados tiempos siniestros del absolutismo. Pero si se mira la situación un poco más de cerca, los ejércitos napoleónicos recuerdan –y mucho- tiempos lejanos.
En primer lugar, se encuentran las tropas francesas mismas. Napoleón tenía sin duda muchos talentos, pero también era un condottiere nato, un emperador de soldados, que no estimaba a los conscriptos, sino a los veteranos escaldados. Y a éstos trataba de la misma manera que tiempo atrás hicieron los jefes de mercenarios. Cuando tomó el mando del desolado ejército de Italia, lo primero que hizo fue levantar el ánimo de unos soldados desharrapados prometiéndoles los «tesoros de Italia», las «llanuras más fértiles del mundo», pan, ropa y dinero. Cuando entraron en Milán, los franceses fueron aclamados como liberadores de la opresión de los habsburgo, pero ocho días después la población saqueada se levantó contra sus nuevos explotadores y solamente pudo ser aplacada mediante ejecuciones sumarias. Durante el siglo XVIII el saqueo –la gran pasión de los mercenarios– fue bastante reducido, a fin de que los ciudadanos pudieran trabajar y pagar impuestos. Los ejércitos fueron aprovisionados regularmente desde almacenes fijos, para proteger a la población de las grandes devastaciones que habían arruinado los estados durante el siglo XVII. Bajo el mando de Napoleón, se recurrió a métodos antiguos. La guerra debía nutrir otra vez la guerra.
Pronto los veteranos tuvieron menos en común con los voluntarios de la Revolución que con las huestes salvajes de la Guerra de los Treinta Años. Solamente algunos oficiales lo observaban con disgusto. Así cuenta uno, que durante la campaña en Italia los generales todavía estaban ocupados «con llenar sus carros de munición con las riquezas de las iglesias, monasterios y castillos» y estimulaban a sus soldados seguir su ejemplo. Otro relata los pillajes crueles en España: «para nosotros era horroroso contemplar como este hermoso país era entregado entero a un saqueo desenfrenado y a la rabia de soldados borrachos, que se lavan sus manos en aguardiente y champán y cuando duermen se cubren de sagradas vestiduras». Un general escribió en 1796 a Napoleón, que sus tropas eran peor que los vándalos y que tenía vergüenza de mandar sobre tal chusma de salteadores. Desde Alemania, escribió el general Moreau: «Hago lo que puedo para manejar los saqueos, pero la tropa no recibe sus pagos desde hace dos meses y los transportes de víveres no pueden seguir nuestras marchas». Y el general Jourdan: «Los soldados maltratan el país hasta el extremo: me avergüenzo de mandar un ejército que se comporta de una manera tan indigna. Si los oficiales tratan de hacer algo, se les amenaza, e incluso se les dispara.»
Las tropas de Napoleón eran más rápidas que sus enemigos, entre otras razones porque renunciaban al sistema tradicional de almacenes en favor de las requisas. Los países vencidos fueron explotados sistemáticamente por la administración. Napoleón exigió sumas enormes de contribuciones, víveres, ropa, caballos y, naturalmente, soldados. El hecho de que los franceses vencieran con relativamente pocas bajas hizo aumentar mucho la motivación de sus soldados. Pero atizó los odios de los pueblos oprimidos por él, que se rebelaron -no como última razón- por ello. Los ejércitos napoleónicos tuvieron que pagar la cuenta en España y en Rusia con una guerrilla de una crueldad entonces casi olvidada. Un soldado raso, que había sobrevivido en Rusia a cosas horrorosas, escribió que se debía entender las crueldades de los rusos, «si se toma en cuenta el tratamiento a los prisioneros rusos. Porque cuando nosotros fuimos los vencedores, columnas enteras pasaban ante nosotros, y cuando uno se retrasó a causa de la debilidad se le disparó en la nuca, estallándole los sesos a su lado. Asi ví, a cada 50 o 100 pasos, cadáveres con la cabeza todavía humeante. [..] Y los pocos supervivientes murieron de hambre».
Todavía peor que la guerrilla eran las retiradas, cuando en las regiones explotadas ya no quedaba nada para requisar. El desastre en Rúsia fue causado en su mayor parte por el hecho que la Grande Armée tuvo que tomar de vuelta el mismo camino que ya había devastado mientras se dirigía hacia Moscú. Pero también en España murieron muchos soldados por hambre durante la retirada de Portugal. Sin embargo, para lo que aquí nos ocupa, queda como hecho más importante el que Napoleón animara una mentalidad de mercenarios entre sus tropas. Los soldados ya no servían a la constitución o a la república, sino a su caudillo adorado. En cambio, podían saquear como en los buenos tiempos pasados gracias al sentimiento de pertenecer a una elite de hombres casi sobrenaturales.
Pero bajo el mando de Napoleón no solamente las tropas francesas se acercaron a los mercenarios, también el viejo tráfico de soldados –tan difamado por la Revolución– llegó a nuevas cotas. Los aliados estaban obligados a proveer soldados. Sobre todos los príncipes alemanes, pero también Holanda, Italia y Polonia enviaron a sus hijos a España o a Rúsia a morir. Aunque no lo hicieron bajo subsidio británico, sino por enormes territorios y coronas de duques o reyes. Entre los 600.000 hombres que fueron con la Grande Armée hacia Moscú 130.000 eran alemanes, 60.000 polacos, 40.000 holandeses, 20.000 italianos, 10.000 suizos, 10.000 croatas y unos miles de españoles y portugueses. Solamente unos pocos restos lamentables escaparon de la catástrofe. De los 15.000 würtemberguenses volvieron por ejemplo solamente ¡300! Por el contrario, de los 20.000 hessenianos que habían sido alquilados por su duque a Inglaterra para luchar contra los rebeldes Estados Unidos, habían vuelto más de la mitad y unos 3.000 se habían quedado como colonos... ¡y había sido un escándalo!
Y no eran solamente estos soldados, reclutados a la fuerza y vendidos, nuevos triunfos de los métodos del absolutismo, también los regimientos tradicionales de mercenarios prosperaron rápidamente. Formados por oficiales emprendedores, estas unidades se llenaron de aventureros extranjeros, desertores y prisioneros de guerra. Con cada campaña acudían unidades nuevas. Durante la de Egipto se reclutaron malteses, griegos, coptos y los famosos mamelucos. A veces solamente daba para formar un batallón, en otras para un regimiento. Unidades híbridas de infantería y caballería recibían el pomposo nombre de «legión». Venía de la moda neoclásica, deseosa de crear puentes con la República Romana. Lo importante era que «legionario» no sonaba tanto a «mercenario». La Legión Extranjera francesa formado en 1830 será un nieto de estas unidades napoleónicas. Había legiones de catalanes, croatas, jenízaros, tártaros lituanos, ligures, sirios, albaneses, y, naturalmente, polacos, suizos y alemanes. Se crearon batallones especiales para desertores prusianos y austríacos.
En cada lugar, donde se hallaba material humano, se trataba de explotarlo. Cuando Napoleón vió en Egipto a los numerosos esclavos negros de buena figura, escribió a Francia: «General-ciudadano, quiero comprar 2.000 o 3.000 negros mayores de 16 años y poner cien de ellos en cada batallón». A pesar que de esta idea no llegó a ningún resultado, tras el regreso a Francia se crearon compañías formadas de los africanos adquiridos. Completadas con esclavos, que habían sido deportados desde las posesiones francesas en el Caribe a causa de las rebeliones, se formó un batallon de zapadores.
Como en los regimientos de extranjeros de la monarquía, también en las legiones de extranjeros napoleónicas existió una diferencia fundamental entre soldados rasos y oficiales. Un oficial recibía un sueldo aceptable, tenía la esperanza de una pensión y como prisionero de guerra era tratado honradamente: aún podía dejar el servicio y era sobre todo un señor. Aunque estaba prohibido golpear a los soldados rasos, la situación de éstos no cambiaba mucho de la esclavitud. Cuando se habla de las legiones de extranjeros se debe distinguir, por tanto, entre oficiales o soldados rasos.
Esta diferencia ya se mostraba durante la formación. Inmediatamente después de la orden para formar unidades se presentaba una muchedumbre de emigrantes, ex-oficiales de los países ocupados, buscafortunas de dudosos orígenes y también franceses que querían hacer carrera en estas unidades. Por el otro extremo, los soldados rasos eran escasos. Por cierto, que algunos todavía se dejaban enganchar en las calles y en las tabernas mediante un simple anticipo y mucha bebida. La gran mayoría, sin embargo, era reclutada en los campos de prisioneros de guerra. Si los reclutadores no tenían el exito deseado, los candidatos eran maltratados o simplemente se les reducía la comida hasta que capitulaban. Está claro que con estos métodos se perdió muy rápido la composición nacional que anunciaba el nombre de la legión.
Un ejemplo típico es la «Legión Irlandesa». El plan era formar una legión irlandesa para una invasión de Irlanda ya planificada durante la República, pero que nunca fue realizada, a pesar de que todavía quedaban algunos restos de las antiguos regimentos irlandeses de la monarquía en Francia. Cuando en 1803 Napoleón dió la orden de formar una legión con inmigrantes irlandeses y con franceses de raíces irlandesas, se alistaron demasiados oficiales, pero casi ningún soldado. Así, la «Legión» consistiría durante los siguientes años en 66 oficiales y solamente 22 (!) soldados y suboficiales, con lo que la actividad se redujo a las intriguas por las graduaciones y privilegios. Esto cambió solamente en 1806, cuando la legión –que todavía contaba con unos 80 hombres- fue trasladada a Maguncia para más reclutamiento. Allí recibió como refuerzo 1.500 prisioneros de guerra de entre los prusianos recién vencidos. La mayor parte de estos «prusianos» eran polacos –antes reclutados a la fuerza por Prúsia - y también había algunos irlandeses. Estos habían sido detenidos por los ingleses en 1796 durante una rebelión en Irlanda, y que habían sido vendidos sin demora a Prúsia como soldados.
Más tarde, una parte de la Legión fue utilizada en algunas guarniciones en España; otra para defender las costas de Holanda. Cuando los ingleses trataron de invadir Holanda hicieron prisionero a un batallón entero, que fue directamente incorporado al servicio británico. No hay ni que decir que a los soldados nada se les preguntaba. Tras estas pérdidas, se permitió a la Legión reclutar un nuevo batallón en un campo de prisioneros en Alemania. Allá convencieron a unos cientos a alistarse mediante violencia, amenazas y mucho alcohol. Durante la guerra en Portugal los irlandeses finalmente pudieron luchar contra los ingleses, tan odiados por ellos. Por entonces, los irlandeses eran tal minoría que la legion fue renombrado como «3er Regimiento de Extranjeros». En 1813 todavía servían en este regimiento 65 irlandeses, 141 alemanes, 141 húngaros, 57 franceses, 52 austriacos, 42 prusianos, 35 checos, 29 silesianos, 15 rusos, y hasta algunos suecos, españoles, portugueses y americanos.
Napoleón despreció a estos regimientos y legiones. Se les consideraba poco fiables y habitualmente fueron utilizados para las peores tareas, como en Nápoles y Haití, donde hacía un clima mortal, o como en España, donde se luchaba frente a una guerrilla embrutecida. Tampoco los muy fieles polacos eran ninguna excepción. Con la esperanza de una patria libre habían luchado valientemente bajo Napoleón contra austríacos, prusianos y rusos. Pero cuando Napoleón hizo de nuevo la paz en 1805, la «legión polaca» fue relegada a Haití -bajo grandes protestas- para luchar contra los esclavos rebeldes. La mayoría de ellos murió allí, entre fiebres poco heróicas.
Los extranjeros fueron para Napoleón nada más que carne de cañón barata, con cuyos costes podía economizar a sus tropas francesas. Metternich, el canciller de Austria, relató que Napoleón le dijo una vez: «Los franceses no pueden quejarse de mi: para protegerlos, sacrificó a los alemanes y polacos. Durante la campaña hacia Moscú perdió 300.000 hombres, entre los que no había más que 30.000 franceses».

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2. Anarquismo y antimilitarismo

El antimilitarismo es la ideología que se opone a toda forma de fuerzas armadas y otras formas de ejercicio de violencia por parte del estado, considerándolas como instrumentos de opresión, y principalmente contra el ejército, al estar en contra de la xenofobia, sexismo, homofobia, jerarquización y sumisión que argumentan encontrar allí, pretendiendo remplazar lo que consideran sistemas de dominación, opresión y dependencia con estructuras basadas en la participación horizontal, apoyo mutuo y diálogo entre las personas y sociedades, considerando que de otro modo es imposible alcanzar una paz duradera.
Es una ideología que en muchos aspectos comparte opiniones con el anarquismo, y en especial con el anarcopacifismo, aunque no necesariamente un antimilitarista deba ser anarquista.
A su vez el Antimilitarismo no se centra solo en lo que tiene que ver con Las Fuerzas Armadas, sino que también se enfoca en abolir el militarismo impregnado que hay en la sociedad, como por ejemplo en las escuelas el hecho de que exista un profesor, un director, a quienes los alumnos deben obedecer y ponerse de pie cuando alguno de ellos ingresa en el salón de clases o cuando se lo piden o el hecho de vestir uniforme para ir a aprender, otro tipo de Antivalores militares que hay en la sociedad puede ser el hecho de que en una familia haya que obedecer al padre, otro ejemplo es la xenofobia que existe en la sociedad la cual es enseñada a los militares o el patriotismo (o nacionalismo) o también el sexismo, machismo, abusos, enseñando que los problemas se solucionan utilizando la fuerza, olvidando la razón y las palabras.

Distinción entre Pacifismo y Antimilitarismo

El pacifismo ha sido históricamente asociado a la fe en ideas trascendentes, como Dios o la humanidad, a diferencia del antimilitarismo, mayoritariamente ateo, que parte de un análisis y crítica a las fuerzas armadas como institución del estado usada para reprimir, y llegando de esto a criticar el concepto de patria y nación, al considerar que son elementos que segregan al hombre en función de límites politicos. Si bien muchos antimilitaristas son no-violentos, existen antimilitaristas que sólo rechazan la violencia institucionalizada, aunque no rechazan la autodefensa, e incluso no rechazan ejercer violencia contra el estado con fines emancipatorios.

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2.1. El anarquismo pacifista

El anarquismo pacifista o anarcopacifismo es el movimiento anarquista que rechaza cualquier forma de violencia, tanto la proveniente del Estado como la que proviene de las luchas entre fuerzas sociales, promoviendo el pacifismo y la no violencia.
Históricamente el anarquismo se ha entendido como una lucha social que justificaba cualquier medio, incluyendo la violencia, para eliminar cualquier tipo de jerarquía social. De hecho es a veces difícil separar en muchos ámbitos y discursos los términos anarquista y terrorista, debido a la identificación entre ambos conceptos derivada de los hechos acaecidos a principios del siglo XX, en los que algunos individuos anarquistas provocaron atentados magnicidas (véase propaganda por el hecho).
Sin embargo, en el ideal anarquista el único principio claro es el de que no debe existir jerarquía alguna, de forma que ningún ser humano pueda ejercer relaciones de dominación sobre otros. En este contexto, y con el fin de separar este principio u objetivo, de los medios para conseguirlo, el anarquista pacifista propone el rechazo total a la violencia sin renunciar a la desaparición efectiva de algunos de los poderes: aquellos que no entran en contradicción con el principio enunciado.
Es muy complicado hablar sobre cómo se organizaría una sociedad anarquista-pacifista porque realmente el anarcopacifismo, como casi todas las ramas del anarquismo, se considera de organización abierta, es decir, se supone que el modo de administrar recursos y dilemas se daría a voluntad de la población que aplicase un sistema de organización antiestatista basandose en un principio de federalismo (autodeterminación territorial) y autodeterminación política (decidiendo democráticamente el modo de gestión), por lo que resulta imposible determinar la forma en la que se gestionará una sociedad anarquista. En el caso de que el anarquismo, ya sea anarquismo pacifista o socialista libertario, se basase en un modo claro de organización a imponer al pueblo tras la Revolución Social se chocaría con el antiautoritarismo porque se mutilaría la voluntad de los individuos para organizarse según crean oportuno. Ésto, junto con el uso de la violencia para el logro de fines políticos, es clave para entender la crítica anarcopacifista al marxismo y, sobre todo, al marxismo leninista, aunque éstas teorías clásicas proclamen también la democracia desde abajo.
Aún así la mayoría de los anarcopacifistas coinciden en una serie de bases. Así, el anarquismo pacifista generalmente consiente en la existencia de ciertas leyes, de jueces (como personas conocedores de la ley que facilitan su aplicación y sin un estatus de funcionariado, ya que no se perpetua el Estado), del concepto de delito o de economía autogestiva. Sin embargo discrepa en cuanto a quién debe hacer estas leyes, pues desde el ideal anarquista y de la acción directa, no debe haber personas o entidades que monopolicen o controlen dicho poder. Es decir el anarcopacifista cree que no debe haber políticos, parlamentos o gobiernos, sino que las leyes deben emanar del pueblo según un esquema de "una persona un voto".
Los medios que propone el anarquismo pacifista moderno se basan en la consulta constante a la sociedad, la participación plena de todos los individuos que lo deseen en cualquier toma de decisiones políticas que les afecten, la eliminación de representantes o intermediarios entre el pueblo y el poder legislativo, y la recuperación del sentido correcto de la palabra "política" en su significado etimológico de "participación ciudadana". Actualmente muchos anarcopacifistas coinciden en que las nuevas tecnologías, como Internet, pueden servir de ayuda al avance de la democracia gracias a la posibilidad de aplicar sistemas como el de la democracia líquida.
El auge de las modernas redes de comunicación ha rescatado a principios del siglo XXI el ideal anarquista del ostracismo al que fue sometido por su identificación con el terrorismo magnicida, y le ha dado una nueva dimensión en la que anarquía es sinónimo de igualdad y libertad, en lugar de ser identificada automáticamente con la violencia.
Uno de los líderes sociales que defendieron a mediados del siglo XX esta forma de ideal anarquista, basado en la no violencia activa, fue Gandhi, cuya acción en contra del imperialismo británico en la India desembocó en la independencia de este país.

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2.2. El militarismo anarquista

Joseph Grave
Los anarquistas son eminentemente activos en el sentido antimilitarista. El antimilitarismo constituye para el anarquismo un elemento esencial de su concepción antiestatal. Pero se conexiona también con su interpretación metódica y táctica de la revolución social y de la nueva creación de la sociedad.
Los anarquistas ven en la actual forma social de organización de la violencia, cuya expresión sistemática es el Estado. Este sólo puede existir mediante el militarismo, que, por su parte, representa la violencia metódicamente organizada. El militarismo tiene dos puntos de apoyo principal: la autoesclavización espiritual y sumisión obediente del individuo a la autoridad, como la producción de útiles -armas, municiones, cuarteles, provisiones de boca y de su uso de los soldados, sin lo cual el militarismo no puede funcionar- por la clase obrera. Por ese trabajo para el militarismo, el militarismo se mantiene.
Por eso reconocemos los anarquistas aquí una conexión indisoluble entre las condiciones de existencia del militarismo, del Estado y del Capitalismo. Los tres se funden en el mismo principio de la violencia.
Si se consigue desterrar ese principio, imposibilitarlo en sus manifestaciones, entonces el problema de la liberación social esta resuelto. El Capitalismo y el Estado se derrumban como un castillo de naipes en cuanto dejan de tener a su disposición la mecánica organizada de la violencia.
Los métodos para superar la instauración de la violencia por el militarismo, es decir, para destruir el fundamento más poderoso de todo el sistema actual de la violencia, los anarquistas lo ven sólo en la oposición a toda violencia: en el método de la no-violencia.
Esto último no significa de ningún modo sumisión, subyugación, dejar hacer a la autoridad, al capitalismo. Por no-violencia los anarquistas conciben: no empleo de la violencia militar de las armas; al contrario, destrucción de todas las posibilidades del empleo de las armas, aniquilamiento y sabotaje de toda la producción indispensable para el uso de las armas, negativa a prestar servicios y a obedecer las disciplinas militares.
Nada es para los anarquistas más sagrado, más intangible que la vida humana. No se sienten nunca con derecho a suprimir violentamente ese maravilloso misterio del Universo. Repudian profundamente, desde el punto de vista de la ética anarquista, la pena de muerte: violencia, asesinato, ajusticiamiento, que sólo pueden ser realizados mediante las armas, y de los cuales se sirve el Estado.
El antimilitarismo no sólo es para los anarquistas un método táctico, sino un elemento esencial de su concepción, que en su aplicación práctica se convierte en la negativa absoluta de todos los fundamentos del poder dominante, su destrucción y abolición. El antimilitarismo es, pues, acción individual de los anarquistas y revolución social del anarquismo.
Toda defensa nacional lleva a la destrucción de vidas humanas, y como para los anarquistas las vidas humanas tienen más importancia que la fortificación de las fronteras de algún trozo de tierra por el Estado, niegan el derecho de obligar al individuo, bajo un pretexto u otro, a la acción militar. Los anarquistas no hacen excepción alguna ni siquiera ante el "Estado proletario".
Los anarquistas son, por eso, los únicos antimilitaristas reales y enérgicos. Saben que la paz es una imposibilidad y el militarismo una eterna maldición que pasará sobre los pueblos mientras persista el Estado. Si se quiere la paz, hay que suprimir su perturbador, el organizador de la guerra, el Estado. El antimilitarismo consecuente y absoluto es la única acción política de la gente, que lo acerca a su fin emancipador. Los anarquistas son por eso antimilitaristas consecuentes. No quieren transformar el militarismo, ni suplantarlo por la milicia, la guardia roja o el ejército revolucionario, sino que quieren abolirlo en lo absoluto, lo mismo que al Estado.
En la revuelta del individuo espiritualmente libre y de todo grupo humano consecuentemente anarquista -por pequeño que sea- contra las prescripciones legales actuales, está el primer impulso hacia lo nuevo. El anarquista lo sabe; por eso ejercita diariamente su rebelión personal. No se somete a ninguna ley acogida usualmente por la costumbre, la tradición o la moral, e impuesta, porque sea declarada sagrada, por el Estado o la iglesia o la opinión pública. El anarquista obedece a los dictados de su razón, a las reflexiones de sus principios.

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2.3. El símblo pacifista

En el mundo occidental la paz se expresa sobre todo a través del color blanco, que simboliza la pureza. Una bandera blanca quiere decir "vengo en paz" o "me rindo". También el azul se ha usado como símbolo de paz. Por ejemplo lo portan los soldados de la paz o "cascos azules" de la Organización de las Naciones Unidas, encargados de llevar alivio a zonas de guerra. Y ¿sabías que el color verde es el color sagrado de los musulmanes y lo usan para simbolizar la paz?
Este símbolo se popularizó en la década de los años sesenta del siglo XX y expresa "amor y paz". Originalmente se diseñó como parte de una campaña británica para promover el desarme nuclear. Se conoció por primera vez en una marcha antinuclear en Londres en 1958. Gerald Holtom, el artista que creó este símbolo, dijo que intentó sugerir las iniciales N y D (de "desarme nuclear"). Pero también explicó que con su símbolo quiso representar la desesperación de la guerra. Para hacerlo, se imaginó a una figura con los brazos abiertos y pegados al cuerpo y con las palmas de las manos extendidas hacia el frente, como si esta figura estuviera frente a un batallón de fusilamiento.
Este símbolo nació en las marchas antinucleares en Inglaterra, pero pronto llegó a Estados Unidos, donde se usó en las manifestaciones a favor de derechos civiles para la población negra, luego se adoptó como insignia en marchas anti-Vietnam. Y finalmente se convirtió en uno de los símbolos principales del movimiento "hippie" norteamericano. También se le vio en Praga cuando la invasión soviética en 68, pintado en el muro de Berlín, en Sarajevo y Belgrado, etcétera.
También durante los años sesenta, el movimiento "hippie" dio un sentido pacifista a flores pues las usaron como símbolo de resistencia en contra de la guerra y de la opresión. A este uso simbólico de las flores se le llamó el "flower power" y hasta la fecha es común encontrar gente que se manifiesta en contra de la violencia y la opresión portando flores.

EL SÍMBOLO ANARQUISTA

El primer uso de una "A" dentro de un círculo por parte de anarquistas -aunque no el mismo símbolo que conocemos en la actualidad- fue del Consejo Federal de España de la Asociación Internacional de los Trabajadores (I Internacional). Fue establecido por el masón 2 Giuseppe Fanelli en 1868. La revista Fight the State habló de un miliciano anarquista con el símbolo en su casco durante la Guerra Civil Española (1936–1939). El 25 de noviembre de 1956, el grupo anarquista francés Alliance Ouvrière Anarchiste adoptó el mismo símbolo como emblema oficial. Algunas fuentes aseguran que el grupo francés Jeunesse Libertaire inventó el símbolo en 1964.
Sin embargo, esto es bastante dudoso por las apariciones anteriores del emblema, a pesar de esto el asunto tampoco está totalmente investigado ya que de las apariciones anteriores tampoco hay una prueba rotunda, por ejemplo se argumenta que el emblema del Consejo Federal de España no es el emblema de una A circunvalada en sí sino solo un símbolo con emblemas masónicos que no tenían esa pretensión.
Algunos errores individuales hacen creer que este símbolo surgió con el movimiento Anarcopunk, el cual fue parte del movimiento musical punk, movimiento de fines de la década de 1970. Sin embargo el movimiento punk ciertamente ayudó a dar a conocer el símbolo, incluso entre personas no anarquistas.

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3. Eugen Relgis ideólogo del pacifismo "eugenista"

Eugen Relgis, pseudónimo de Eugen Sigler, filósofo y activista rumano de una forma personal de pacifismo anarquista, apóstol del humanitarismo y propagandista de la eugenesia, nacido en Iasi, Rumanía, el 2 de mayo de 1895 y afincado desde 1947 en Uruguay, en cuya capital, Montevideo, falleció el 22 de marzo de 1987.
En 1912 publica su primer artículo periodístico y al año siguiente edita su primera obra, "El triunfo del no ser". Estudia arquitectura, filosofía y letras en Bucarest desde 1914 hasta 1916. Al entrar su país en la I Guerra Mundial en 1916, es ocupado por Alemania; Relgis viaja a Constantinopla, islas del Mar de Mármara, Asia Menor y Atenas. En 1920 funda y dirige la revista Humanidad, censurada.

Pacifismo eugenista

Admirador del escritor pacifista indio Rabindranath Tagore y luego amigo de dos famosos escritores europeos que ejercieron de pacifistas desde el exilio suizo durante la I Guerra Mundial: el francés Romain Rolland y el judeo-austríaco Stefan Zweig, pero sobre todo influido por la obra Biología de la guerra (1917) de Georg Fr. Nicolai, trasladó las ideas planteadas en dicho ensayo del terreno biológico al campo social, y así publicó en 1922 en rumano, con prólogo del propio Georg Fr. Nicolai, unos "Principios Humanitaristas" y lanzó el proyecto de una Internacional de los Intelectuales que rompiese con las cadenas del capitalismo pero alejada también de la Tercera Internacional (o Internacional Comunista), a la que se habían acercado Henri Barbusse y el grupo de la «Clarté» (en el que colaboró Blasco Ibáñez).
El propio Eugen Relgis organizó en Bucarest el que llamó Primer Grupo Humanitarista, y en enero de 1923 lanzó un «Llamamiento a los intelectuales y a los trabajadores iluminados», progresivamente traducido al español, francés, alemán, búlgaro, italiano, sueco, húngaro, inglés y esperanto. En la segunda edición española (de Eloy Muñiz, 1932, aunque hay una anterior realizada en Buenos Aires en 1931) que diez años más tarde se hizo de este llamamiento, aparecen como firmantes del mismo: Henri Barbusse, el anarquista francés Manuel Devaldés, Philéas Lebesgue, Stefan Zweig, Pierre Ramus –nombre de batalla del anarquista austríaco Rudolf Grossmann–, el escritor socialista norteamericano Upton Sinclair, Rabindranath Tagore, el médico anarquista brasileño Fabio Luz o el anarquista argentino Campio Carpio, entre otros.
A pesar del trabajo de Relgis (su activismo en la Internacional de Resistentes de la Guerra, su participación en las conferencias pacifistas de Hodeston, Londres, y en la de Sonntagsberg, en Austria, del 27 al 31 de julio de 1928), las revistas Cugetul liber (Libreprensamiento, 1928-1929) y Umanitarrismul (Humanitarismo, 1929-1930) editadas bajo su iniciativa, la relativa acogida que tuvieron sus ideas en algunos países como España y sus viajes por toda Europa intentando consolidar la «Internacional de los Intelectuales», la misma podemos decir que constituyó un fracaso, y el ingenuo idealismo pacifista y humanitarista predicado por Relgis tuvo que asistir a la cruda realidad de la II Guerra Mundial.

Uruguay

Decide Relgis en 1947 emigrar junto a su esposa hacia París, Génova y Venecia, luego hacia Buenos Aires con la colaboración de Alfredo Palacios y del uruguayo Justino Zavala Muniz para instalarse finalmente en Montevideo. A finales de los años cuarenta publicó dos folletos en Toulouse. En ambos ensayos, "Las aberraciones sexuales en la Alemania nazi" y "Humanitarismo y eugenismo" donde realiza una defensa y apología de la eugenesia.

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3.1. Biografía de Eugen Relgis

Ideólogo y activista de cierto pacifismo anarquista, apóstol del humanitarismo y propagandista de la eugenesia, nacido en Iasi, Rumanía, en 1895 y afincado desde 1947 en Uruguay, en cuya capital, Montevideo, falleció el 22 de marzo de 1987. Su verdadero nombre era Eugen Sigler, aunque para sus armoniosos y bondadosos escritos y sus pacíficas batallas se sirvió del pseudónimo formado por la lectura inversa de su apellido.
Admirador del gran escritor pacifista indio Rabindranath Tagore (1861-1941, Premio Nobel de Literatura en 1913) y luego amigo de dos de los más famosos escritores europeos que ejercieron de pacifistas, desde el exilio suizo, durante la primera guerra mundial: el francés Romain Rolland (1866-1944, Premio Nobel de Literatura en 1915) y el judío austríaco Stefan Zweig (Viena 1881-Río de Janeiro 1942), pero sobre todo influido por la obra Biología de la guerra (1917) de Georg Fr. Nicolai, decidió asumir la tarea de trasladar las ideas planteadas por Nicolai en el terreno biológico al campo social, y así publicó en 1922, en rumano, con prólogo del propio Nicolai, unos Principios Humanitaristas y lanzó el proyecto de una Internacional de los Intelectuales, que pudiese romper con las cadenas del capitalismo pero, por supuesto, bien alejada también de la Tercera Internacional, de la Internacional Comunista, a la que se habían acercado Henri Barbusse y el grupo de la «Clarté» (en el que colaboró Blasco Ibáñez).
El propio Eugenio Relgis organizó en Bucarest el que llamó Primer grupo humanitarista, y en enero de 1923 lanzó un «Llamamiento a los intelectuales y a los trabajadores iluminados» (es obvio que no había voluntad de disimular las resonancias masónicas de tal rótulo; como tampoco evitaría el traductor español, Eloy Muñiz, referirse en su prólogo al «Hermano Relgis»). En la edición española que diez años más tarde se hizo de este llamamiento, aparecen como firmantes del mismo varios nombres sonoros: Henri Barbusse, el anarquista francés Manuel Devaldés, Philéas Lebesgue, Stefan Zweig, Pierre Ramus –nombre de batalla del anarquista austríaco Rudolf Grossmann–, el escritor socialista norteamericano Upton Sinclair, Rabindranath Tagore, el médico anarquista brasileño Fabio Luz o el anarquista argentino Campio Carpio.
Pero a pesar del voluntarismo derrochado por Relgis, el activismo en la Internacional de Resistentes de la Guerra, su participación en las conferencias pacifistas de Hodeston (Londres) y en la de Sonntagsberg (Austria) del 27 al 31 de julio de 1928, las revistas Cugetul liber (Libreprensamiento, 1928-1929) y Umanitarrismul (Humanitarismo, 1929-1930), la relativa acogida que tuvieron sus ideas en la España de la República, difundidas al menos en varios folletos, y los viajes por toda Europa intentando consolidar la «Internacional de los Intelectuales», el ingenuo idealismo pacifista y humanitarista predicado por Relgis tuvo que asistir fracasado a la cruda realidad de la segunda guerra mundial.
Terminada la guerra decidió Relgis cambiar de continente, y en 1947 se asentó en Montevideo, donde tendría la suerte de poder vivir todavía cuarenta años. A finales de los años cuarenta publicó dos folletos en Toulouse, dentro de la colección El mundo al día, de las libertarias Ediciones Universo. [Medio siglo después, en julio de 2001, la Fundación de Estudios Libertarios Anselmo Lorenzo, de Madrid, ligada a la CNT, vende ejemplares originales de estos folletos al económico precio de 300 pesetas, menos de dos euros.] En Las aberraciones sexuales en la Alemania nazi y en Humanitarismo y eugenismo puede sorprender descubrir en un anarquista humanitarista y pacifista una decidida defensa y apología explícita de la eugenesia, entendida como higiene de la especie humana que aparte de la vida pública a degenerados, locos, invertidos físicos e intelectuales:
«Millones de tales sub-hombres deben ser realmente reeducados como si se tratase de débiles mentales. Y si son incurables, deben ser esterilizados, pero teniendo en cuenta todas las reglas de una ciencia honrada y prudente. La operación debería ser hecha en cada país por los mejores y más lúcidos especialistas. En Alemania, la operación de la esterilización debería ser efectuada por los alemanes que, por su resistencia al frenesí del Mal, han probado –en su propio país y en el exilio– que existe todavía una esperanza de redención, incluso si los culpables se han hundido todos en el abismo de su abyección, arrastrando con ellos a numerosas víctimas inocentes.» (Las aberraciones sexuales en la Alemania nazi, 1949, página 38.)
«El argumento económico en favor de la esterilización no es menos decisivo. Es evidente que la manutención, por la colectividad, de una parte de los degenerados se traduce por un aumento en trabajo y en alimentos sobre la población normal. En Inglaterra, la educación de un niño anormal cuesta anualmente treinta libras esterlinas, y la de un niño sano, solamente doce libras. Después que han sido educados, estos anormales tienen la libertad de reproducirse: son prolíficos y transmiten su degeneración.» (Humanitarismo y Eugenismo, 1950, página 15.)
«Sería preciso también hacer legal el aborto selectivo, en cuya consecuencia se fundarían clínicas en las que el aborto necesario y voluntario sería practicado por especialistas autorizados, según principios puestos al servicio de la purificación y de la curación de la raza humana.» (Humanitarismo y Eugenismo, 1950, página 19.)
En Uruguay fue bien acogido y desplegó no poca actividad: en 1955, con ocasión de cumplir los sesenta años, incluso se constituyó un «Comité Nacional de Adhesión a la Candidatura de Eugen Relgis al Premio Nobel de la Paz», que como es sabido no logró que Relgis tuviera que viajar a Suecia. En Montevideo mantuvo buena relación con el anarquista español Abraham Guillen (1913-1994) y también con el anarquista y profesor de filosofía brasileño José Oiticica (1882-1957). Durante los últimos años de su vida se mantuvo gracias a la «pensión graciable» que le tenía concedida el Senado y la Cámara de Representantes de la República Oriental del Uruguay: por ejemplo, por ley 15.796 del 27 de diciembre de 1985, el poder legislativo uruguayo decretó que se «incrementase la pensión graciable servida a Juan Ilaria, Julio Verdie y Eugen Relgis a la suma de N$ 20.000.00 (veinte mil nuevos pesos) mensuales.»
El Instituto Internacional de Historia Social de Amsterdam conserva parte del archivo de Eugen Relgis, documentos sobre todo del periodo 1927-1972: correspondencia procedente de varios países, principalmente de Italia, como las de Gaspare Mancuso 1962-1972 y algunas cartas de Georg F. Nicolai 1929-1969; notas autobiográficas; bibliografía de sus trabajos en rumano, español, francés, alemán e italiano 1913-1968; textos mecanografiados (en parte inéditos) y pruebas de imprenta (p.e. sobre Romain Rolland) 1950, 1959, 1964, 1966-1969; pruebas del libro de Upton Sinclair, 'Personal Jesus' 1952; documentos y cartas sobre Henri-Léon Follin ca. 1935-1951; cartas acerca de su libro sobre Georg Nicolai ca. 1948-1952, 1964-1969; cartas de Pavel Dascalescu sobre 'Les voies qui mènent à la démolition des barrières entre les nations' 1947; poemas, folletos, 'Quaderni degli amici di Eugen Relgis' 1964-1968; recortes de prensa sobre E. Relgis y sus publicaciones ca. 1948-1967, 1978, Pierre Ramus 1956, 1966-1967, Edmondo Marcucci y Han Ryner 1912, 1927-1938. Otros documentos de Eugen Relgis se conservan en Jerusalén, en la Biblioteca de la Universidad Nacional Judía.
Los principios humanitaristas de Relgis merecen ser leídos, no sólo como un ejemplo de inocente e inocua ingenuidad filosófica y política, sino como uno de los antecedentes de tantas iniciativas similares que son promovidas de vez en cuando, en la forma de partidos humanistas, manifiestos humanistas, &c. También como ejemplo de muchas propuestas sociales, éticas y morales, hace pocas décadas defendidas con ardor y hoy arrinconadas, al menos en lo que respecta a su defensa explícita, bajo la presión de lo políticamente correcto.

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3.2. Antimilitarismo y eugenesia

“¡En nombre de la humanidad, los hombres tendrían que dejarse exterminar por monstruos con rostro humano!”Eugen Relgis 1950

Eugen Relgis (1895-1987) fue un anarquista rumano y es considerado uno de los más importantes abanderados de la corriente pacifista que recorrió Europa después de la segunda guerra mundial. Escribió varios manuales que tienen amplia difusión en los que expone sus ideas. En 1950 publica “Humanitarismo y eugenesia” donde defiende la eugenesia como un acto de progreso de la humanidad.
Desde una visión puramente materialista del hombre y la sociedad, parte de la hipótesis de que “los dos ejes que sostienen la existencia terrestre son el hambre y la procreación, el vientre y el sexo”. Eugen argumenta que el eugenismo es un humanismo y que la causa principal de todas las guerras es la superpoblación. Por ello, trabajar por la esterilización y el control de los pobres es luchar por la paz futura. Sus tesis principales son:

1. Esterilización de cuantos manifiesten caracteres patológicos o sufran enfermedades incurables.

“Cuando una especie animal comienza a degenerar, hállase condenada a desaparecer. En la especie humana, la perpetuación de los degenerados se ha hecho posible por la ciencia médica y por la doble moral social, que protege a los débiles y sostiene a los estropeados e incluso a los “tarados” incurables. Así, el tipo humano inferior se reproduce y su multiplicación es una causa de degeneración de la especie humana. `La selección natural, atemperada por el hombre, es por tanto disgénica´”.
“No podemos exterminar a los degenerados que viven entre nosotros. Pero, podríamos evitar el nacimiento de otros degenerados. En lugar de la selección natural, el hombre puede practicar la selección racional, empleando los medios propios para prevenir la transmisión de la herencia mórbida”.

2. Evitar los pobres como medida de progreso de la humanidad.

“La raza de los pobres es inferior a los hombres normales desde todos los puntos: no solamente la talla, la capacidad craneana, la fuerza física y la resistencia a la fatiga son reducidas en ella; no sólo el crecimiento de sus hijos es lento; no sólo sufre anomalías fisiológicas, sino tiene una sensibilidad más reducida y sus caracteres psicológicos aproximan su mentalidad a la del niño y a la del primitivo”.

3. La mujer como pieza clave de la “nueva humanidad”.

“Si la mujer del pueblo poseyese los conocimientos sexuales de una mujer del `gran mundo´, si dispusiera, sobre todo, de los medios discretos de evitar la concepción no deseada o el nacimiento que pone a veces en peligro la vida de una madre y es fatal con frecuencia para el hijo, entonces la mujer del pueblo sería un elemento activo en la regeneración de la especie”.
“Las mujeres deben adquirir conciencia de su gran misión: el mejoramiento de la especie humana por medio de una educación sexual integral, dispensado a ellas mismas, así como a los hombres y a los niños”.

4. La Iglesia al fomentar la caridad se convierte en el principal enemigo del progreso humano.

“Las herejías más importantes que se oponen a estas reformas son contenidas en los dogmas religiosos y ultranacionalistas. La Iglesia –sea cual fuere: cristiana, judaica, islámica – abusa del mandamiento bíblico: “Creced y multiplicaros”. Es mandamiento absoluto también en la India famélica, en la China opiómana y en el Japón imperialista”.
“La maternidad consciente exige del hombre un espíritu libre de los dogmas y de las supersticiones, y un corazón grande en el que debe de dominar el respeto ajeno, que es la forma más elevada de la justicia y la piedad, que es la forma más elevada del amor”.

5. La guerra es consecuencia de la “superglobalización”.

“La presión de la población en todos los países entraña, como principal consecuencia histórica, emigraciones e invasiones, no sólo con miras a un establecimiento pacífico, sino también, para la conquista, para el sometimiento y la explotación de los pueblos más débiles. Los conflictos internacionales encuentran siempre en ello su causa principal” Informe del comité nacional de la tasa de la natalidad 1916.
“La reglamentación de la población – de la procreación – es la manera más eficaz de asegurar el cese de la guerra” Adelyne More.
“… la limitación de los nacimientos debe ser mundial, pues el planeta hállase sometido hoy a leyes unitarias. Si por ejemplo, Europa practica el eugenismo, quedará expuesto al peligro de una invasión del Asia prolífica, pese a toda su superioridad en materia de técnica. En efecto, de igual modo que la limitación de los armamentos, la limitación de los nacimientos no será eficaz más que en el cuadro planetario”.

6. La educación sexual constituye el medio para conseguir la “maternidad consciente”.

“Esos saboteadores de la vida deben ser considerados y tratados como malhechores por los humanos acrisolados, que sientan en sí mismos el sufrimiento de todos los pobres seres así engendrados”.
“La revolución sexual consiste simplemente en la aplicación de los principios eugenésicos y en el reconocimiento de la ley de población del maltusianismo”.
“Llegará un tiempo en que los hijos pedirán cuentas a los padres del crimen de haberles hecho nacer para el infortunio. La educación sexual integral hácese más fácil cada día y será obligatoria para cada cual, en la medida que lo es hoy el conocimiento del abecedario”.

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3.3. La superpoblación y la guerra

Eugen Relgis

También la guerra es disgénica. Los que afirman hoy que la guerra es una forma de selección de la raza, proclaman con cinismo una necedad criminal. Por el contrario, «aquel cuyo deseo es el mejorar la raza humana, es un pacifista necesariamente». No insistiremos aquí sobre esta cuestión, desarrollada en otras obras nuestras y dilucidada de una manera definitiva en la Biología de la Guerra del profesor Jorge Fr. Nicolai. En un folleto titulado La causa biológica y la prevención de la guerra, Manuel Devaldés ha expuesto también el problema del «pacifismo científico», partiendo de la idea, paradójica en apariencia, de que la guerra de 1914-1918 fue un efecto directo de la superpoblación europea.

Como neomalthusiano à outrance, Devaldés se consagra al problema esencial de la superpoblación, aunque la guerra moderna tenga también causas especificas, puestas en evidencia por el antagonismo económico y político de los diversos imperialismos. Difícil es disimular que los «ideales patrióticos y las cruzadas, por el Derecho y la Civilización» son puros pretextos... {(1) Asimismo, las contraseñas de los fascistas y nazistas: espacio vital, raza elegida, pura, superior, &c. E. R.} Mediante una lógica llevada al extremo, los malthusianos podrían llegar a probar que los antagonismos económicos y políticos son también efectos de la superpoblación. [22] Devaldés examina, según Malthus y otros autores, el carácter de este último fenómeno, mostrando las relaciones de concurrencia existentes entre países agrícolas y países industriales; los países industriales tienen un exceso de población que no puede sustentarse más que forzando a los países agrícolas a suministrarles víveres a cambio de productos manufacturados. Por otra parte, la lucha entre países industriales mantiene el odio entre los pueblos que buscan mercados privilegiados. La posesión de colonias por tal o cual nación mantiene las envidias internacionales que preparan las guerras futuras.
En Inglaterra, donde el malthusianismo ha influenciado de una manera más evidente la mentalidad de una élite, la National Birth-Rate Comission (Comité Nacional de la Tasa de la Natalidad) ha reconocido, en su informe de 1916, que «la presión de la población en todos los países entraña, como principal consecuencia histórica, emigraciones e invasiones, no sólo con miras a un establecimiento pacífico, sino también, para la conquista, para el sometimiento y la explotación de los pueblos más débiles. Los conflictos internacionales encuentran siempre en ello su causa principal». En otros tiempos esas emigraciones (invasiones de los bárbaros) se efectuaban sin el menor escrúpulo por lo que respeta a los países a cuya costa se hacían; hoy en días, se llevan a cabo con más hipocresía, so pretexto de convenciones y de protectorados. Y Devaldés saca la conclusión siguiente: «En el porvenir, cuando esta concepción de las causas de la guerra sea compartida por un número mayor y siempre creciente de personas, será a la superpoblación de los países beligerantes a la que se achacará su responsabilidad de guerra» {(2) Lo que se ha comprobado, con una exactitud incontestable, en la segunda guerra mundial, de 1939-1945. Los tres Estados «agresores»: Alemania, Italia y Japón son al mismo tiempo, tres focos de la superpoblación. E. R.}.
La naturaleza opone a la superpoblación un «freno represivo»: la guerra, u otros medios, para hacer desaparecer a los seres en número excesivo: el hambre o, más bien, la subnutrición y las epidemias, por ejemplo. Mas el hombre, al menos en su tipo superior, ha llegado a adquirir una capacidad de autodefensa que le lleva a juzgar de una nueva manera a los fenómenos naturales. No los considera ya como absolutos, como inevitables. La superpoblación es un fenómeno natural, es decir, biológico, pero mantenido por supersticiones colectivas; empero, el hombre puede evitarlo haciendo uso de su razón. [23] He demostrado que la ciencia le proporciona bastantes medios para limitar los nacimientos sin atrofiar el instinto genésico. Evidentemente, el Estado –cada Estado que se halla fundado sobre el imperialismo político económico– se opone a la selección voluntaria por esterilización o limitación de los nacimientos: tiene necesidad de carne de cañón. Lo mismo que la Iglesia, el Estado suministra al militarismo sus instrumentos de opresión y de persuasión. Los patriotas se sienten también obligados a procrear ad majorem gloriam Patriae... «Multiplicaos», gritan a coro las gentes de la casta eclesiástica y de la casta militar. El, efecto es, además, doblemente execrable: primero, por el mantenimiento de la superpoblación y de todas sus miserias; segundo, por la siega que hace finalmente la guerra de los hombres más sanos y más aptos para regenerar la raza, quedando, por el contrario, los degenerados y los impotentes.
He ahí por qué es lógica la paradoja de Devaldés. Cita numerosas opiniones de economistas y de sabios, que todos llegan a esta conclusión : «La reglamentación de la población –de la procreación– es la manera más eficaz de asegurar el cese de la guerra» (Adelyne More). Pero, añade nuestro autor, la limitación de los nacimientos debe ser mundial, pues el planeta hállase sometido hoy a leyes unitarias. Si, por ejemplo, Europa practica el eugenismo, quedará expuesta al peligro de una invasión del Asia prolífica, pese a toda su superioridad en materia de técnica.
En efecto, de igual modo que la limitación de los armamentos, la limitación de los nacimientos no será eficaz más que en el cuadro planetario. La única organización mundial, capaz de reunir informaciones estadísticas para tomar después las medidas necesarias para una reglamentación de los nacimientos, sería semejante a la Oficina Internacional del Trabajo, creada por la Sociedad de las Naciones, en Ginebra. Pero esta organización es ante todo obra de los Estados que han preparado y acarreado la guerra de 1914-1918 {(1) Después la segunda guerra mundial de 1939-1945, la «nueva» Sociedad de las Naciones se llama: Organización de las Naciones Unidas.}. Sin embargo, la idea eugenista, armoniosamente asociada al malthusianismo, se abre camino, quizá a pasos aun imperceptibles, pero teniendo ante sí la perspectiva de imponerse, tarde o temprano, a una verdadera federación de los pueblos, puesta realmente al servicio de la humanidad. [24]

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4. El "humanismo" secularista

Una de las raíces ideológicas de la “cultura” de la muerte es lo que podríamos llamar el “humanismo” secularista. Este falso “humanismo” se distingue del verdadero humanismo cristiano en que reduce al hombre a la dimensión inmanente y rechaza su dimensión trascendente: Dios. El humanismo cristiano centra su visión del hombre en Dios, pues reconoce que Dios es el fundamento de su ser y de su dignidad.
El “humanismo” secularista, por el contrario, erróneamente ve en Dios o en la religión un “obstáculo” para el “progreso” del hombre, sobre todo el progreso científico. De hecho, el “humanismo” secularista pone todas sus esperanzas en el hombre, en su ingenio científico y tecnológico y en esta vida terrenal, rechazando o restándole importancia a la vida eterna con Dios.
Esa es, en pocas palabras, la ideología del “humanismo” secularista, tal y como la han plasmando sus proponentes en los dos Manifiestos humanistas que se han publicado hasta la fecha en Estados Unidos, uno en 1933 y el otro, más radical todavía, en 1973.
Uno de los firmantes del I Manifiesto humanista (el de 1933) fue John Dewey, considerado el padre de la educación estadounidense. Sólo podemos imaginarnos el tremendo daño que el excesivo pragmatismo de Dewey le ha hecho a la mentalidad del pueblo de Estados Unidos y, por la poderosa influencia de este país, en el resto del mundo. Los malos frutos de esa ideología se están cosechando hoy en la “cultura” de la muerte.
El II Manifiesto humanista, publicado en 1973, tuvo una larga lista de signatarios, todos ellos personnas muy influyentes --intelectuales, académicos, científicos y educadores. Es importante destacar que entre esos firmantes estuvieron el Dr. Alan F. Guttmacher, que en esos tiempos fue dirigente de Paternidad Planificada; Norman Fleishman, otro líder en Estados Unidos en aquel entonces de esa misma organización proabortista; el Dr. Henry Morgentaler, un tristemente famoso abortero del Canadá; Betty Friedan, a quien ya mencionamos y que fue la fundadora del feminismo radical en Estados Unidos y de la organización feminista NOW, a la cual también ya hemos mencionado; Sol Gordon, uno de los promotores principales de la “educación” sexual inmoral en Estados Unidos; y Julian Huxley, de Gran Bretaña y ex director de la UNESCO.
Las siguientes citas que hemos seleccionado del II Manifiesto humanista revelan, por sí mismas, la ideología agnóstica, relativista y antivida del “humanismo” secularista.
Con respecto a la religión o a la fe en Dios, los signatarios del Manifiesto afirman:

“No podemos descubrir ningún propósito divino o providencia para la especie humana. Aunque hay muchas cosas que desconocemos, los seres humanos somos responsables de lo que somos o de lo que seremos. Ninguna deidad nos va a salvar; tenemos que salvarnos a nosotros mismos”.

Este rechazo de Dios lógicamente lleva a un rechazo también de los principios morales objetivos y absolutos y, consecuentemente, a la aceptación de una “moral” relativista. Con respecto a ello, los firmantes declaran:

“Afirmamos que los valores morales se derivan de la experiencia humana. La ética es autónoma y situacional, no necesita ninguna aprobación teológica o ideológica. La ética surge de las necesidades humanas y del interés humano.”

Toda esta palabrería sonará muy bonito, pero es falsa, absurda y dañina. Si cada cual tiene unas necesidades y unas experiencias diferentes, entonces lógicamente cada cual tendrá una “ética” diferente. La conclusión de todo ello es que los más fuertes impondrán su “moral” o sus “valores” sobre los más débiles e indefensos. Es lo que está ocurriendo, por ejemplo, con el aborto y la eutanasia. Los que tienen voz y voto deciden en una falsa e hipócrita “democracia” aprobar estas prácticas criminales para su propia conveniencia y egoísmo, llamándoles “intereses” o “necesidades”. Sólo una moral objetiva, absoluta y universal, fundada en la bondad y la justicia de Dios, puede garantizar que los derechos y los deberes de todos sean respetados y promovidos.
En relación con los crímenes del aborto y la eutanasia, así como otros males, los signatarios declaran: “En el área de la sexualidad, creemos que las actitudes intolerantes, a menudo cultivadas por las religiones ortodoxas y las culturas puritánicas, reprimen indebidamente la conducta sexual. El derecho al control de la natalidad, al aborto y al divorcio debe ser reconocido... Las distintas formas de exploración sexual [¿homosexualismo?] no deben ser consideradas malas en sí mismas... Para acrecentar la libertad y la dignidad, el individuo debe experimentar un ámbito completo de libertades civiles en todas las sociedades. Ello incluye...la eutanasia y el derecho al suicidio.”
Obsérvese que, además de recurrir otra vez a la palabrería, los signatarios del Manifiesto tildan a sus oponentes de tener “actitudes intolerantes” y de ser “puritánicos”. Esa es una estrategia típica de los promotores de la “cultura” de la muerte, ridiculizan a los que se le oponen y evitan el diálogo abierto, sincero y fundado en sólidos argumentos científicos y éticos. Los proabortistas de Estados Unidos, por ejemplo, jamás admiten que en los medios de comunicación se muestre qué es el aborto y qué le hace al bebito no nacido y a su madre. Luego acusan de “intolerantes” a los que defienden la vida de aquellos que no tienen ni voz ni voto.

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