3.3. La superpoblación y la guerra

Eugen Relgis

También la guerra es disgénica. Los que afirman hoy que la guerra es una forma de selección de la raza, proclaman con cinismo una necedad criminal. Por el contrario, «aquel cuyo deseo es el mejorar la raza humana, es un pacifista necesariamente». No insistiremos aquí sobre esta cuestión, desarrollada en otras obras nuestras y dilucidada de una manera definitiva en la Biología de la Guerra del profesor Jorge Fr. Nicolai. En un folleto titulado La causa biológica y la prevención de la guerra, Manuel Devaldés ha expuesto también el problema del «pacifismo científico», partiendo de la idea, paradójica en apariencia, de que la guerra de 1914-1918 fue un efecto directo de la superpoblación europea.

Como neomalthusiano à outrance, Devaldés se consagra al problema esencial de la superpoblación, aunque la guerra moderna tenga también causas especificas, puestas en evidencia por el antagonismo económico y político de los diversos imperialismos. Difícil es disimular que los «ideales patrióticos y las cruzadas, por el Derecho y la Civilización» son puros pretextos... {(1) Asimismo, las contraseñas de los fascistas y nazistas: espacio vital, raza elegida, pura, superior, &c. E. R.} Mediante una lógica llevada al extremo, los malthusianos podrían llegar a probar que los antagonismos económicos y políticos son también efectos de la superpoblación. [22] Devaldés examina, según Malthus y otros autores, el carácter de este último fenómeno, mostrando las relaciones de concurrencia existentes entre países agrícolas y países industriales; los países industriales tienen un exceso de población que no puede sustentarse más que forzando a los países agrícolas a suministrarles víveres a cambio de productos manufacturados. Por otra parte, la lucha entre países industriales mantiene el odio entre los pueblos que buscan mercados privilegiados. La posesión de colonias por tal o cual nación mantiene las envidias internacionales que preparan las guerras futuras.
En Inglaterra, donde el malthusianismo ha influenciado de una manera más evidente la mentalidad de una élite, la National Birth-Rate Comission (Comité Nacional de la Tasa de la Natalidad) ha reconocido, en su informe de 1916, que «la presión de la población en todos los países entraña, como principal consecuencia histórica, emigraciones e invasiones, no sólo con miras a un establecimiento pacífico, sino también, para la conquista, para el sometimiento y la explotación de los pueblos más débiles. Los conflictos internacionales encuentran siempre en ello su causa principal». En otros tiempos esas emigraciones (invasiones de los bárbaros) se efectuaban sin el menor escrúpulo por lo que respeta a los países a cuya costa se hacían; hoy en días, se llevan a cabo con más hipocresía, so pretexto de convenciones y de protectorados. Y Devaldés saca la conclusión siguiente: «En el porvenir, cuando esta concepción de las causas de la guerra sea compartida por un número mayor y siempre creciente de personas, será a la superpoblación de los países beligerantes a la que se achacará su responsabilidad de guerra» {(2) Lo que se ha comprobado, con una exactitud incontestable, en la segunda guerra mundial, de 1939-1945. Los tres Estados «agresores»: Alemania, Italia y Japón son al mismo tiempo, tres focos de la superpoblación. E. R.}.
La naturaleza opone a la superpoblación un «freno represivo»: la guerra, u otros medios, para hacer desaparecer a los seres en número excesivo: el hambre o, más bien, la subnutrición y las epidemias, por ejemplo. Mas el hombre, al menos en su tipo superior, ha llegado a adquirir una capacidad de autodefensa que le lleva a juzgar de una nueva manera a los fenómenos naturales. No los considera ya como absolutos, como inevitables. La superpoblación es un fenómeno natural, es decir, biológico, pero mantenido por supersticiones colectivas; empero, el hombre puede evitarlo haciendo uso de su razón. [23] He demostrado que la ciencia le proporciona bastantes medios para limitar los nacimientos sin atrofiar el instinto genésico. Evidentemente, el Estado –cada Estado que se halla fundado sobre el imperialismo político económico– se opone a la selección voluntaria por esterilización o limitación de los nacimientos: tiene necesidad de carne de cañón. Lo mismo que la Iglesia, el Estado suministra al militarismo sus instrumentos de opresión y de persuasión. Los patriotas se sienten también obligados a procrear ad majorem gloriam Patriae... «Multiplicaos», gritan a coro las gentes de la casta eclesiástica y de la casta militar. El, efecto es, además, doblemente execrable: primero, por el mantenimiento de la superpoblación y de todas sus miserias; segundo, por la siega que hace finalmente la guerra de los hombres más sanos y más aptos para regenerar la raza, quedando, por el contrario, los degenerados y los impotentes.
He ahí por qué es lógica la paradoja de Devaldés. Cita numerosas opiniones de economistas y de sabios, que todos llegan a esta conclusión : «La reglamentación de la población –de la procreación– es la manera más eficaz de asegurar el cese de la guerra» (Adelyne More). Pero, añade nuestro autor, la limitación de los nacimientos debe ser mundial, pues el planeta hállase sometido hoy a leyes unitarias. Si, por ejemplo, Europa practica el eugenismo, quedará expuesta al peligro de una invasión del Asia prolífica, pese a toda su superioridad en materia de técnica.
En efecto, de igual modo que la limitación de los armamentos, la limitación de los nacimientos no será eficaz más que en el cuadro planetario. La única organización mundial, capaz de reunir informaciones estadísticas para tomar después las medidas necesarias para una reglamentación de los nacimientos, sería semejante a la Oficina Internacional del Trabajo, creada por la Sociedad de las Naciones, en Ginebra. Pero esta organización es ante todo obra de los Estados que han preparado y acarreado la guerra de 1914-1918 {(1) Después la segunda guerra mundial de 1939-1945, la «nueva» Sociedad de las Naciones se llama: Organización de las Naciones Unidas.}. Sin embargo, la idea eugenista, armoniosamente asociada al malthusianismo, se abre camino, quizá a pasos aun imperceptibles, pero teniendo ante sí la perspectiva de imponerse, tarde o temprano, a una verdadera federación de los pueblos, puesta realmente al servicio de la humanidad. [24]

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